La pequeña atalaya desde la que cada uno mira el mundo deja de ser pequeña, menos aún, insignificante, cuando, desde ella, sirve a los demás. Cuando les mira, no para juzgarles sino para ponerse a su escucha y servicio. Es la atalaya desde la que mira y trabaja, sin hacerse mirar, la persona de bien, la gente buena del mundo.