¿Cuántas veces hay que regresar a la tierra prometida para volver a perderla?, ¿cuántas para poder conservarla hasta reconocer el desgranarse de las promesas? Beatriz, la narradora de Curvo azul esbelto, ha rozado un límite extremo. El relato sobre su particular tierra prometida se resiste a avanzar porque le falta algo que ella ha dado en llamar “el elemento perdido”. ¿Será una palabra, un aroma, un paisaje, un cuerpo amado y deseado? La oculta necesidad de las cosas y el destino -motores nada silenciosos de casi todo el libro-, le desvelan, a través de unas palabras de Kandinski, una posibilidad de continuar: “El punto que comienza la vibración para que aparezca la forma”. Curvo azul esbelto es tanto la biografía de un proceso, cuanto la biografía del proceso de su creación. Es un libro que podría ser un largo poema, un poema que bordearía el ensayo poético, una novela, en fin, en clave poética y ensayística. Agosto el silencioso y Mendelsshon el mediador son los aliados de esta escritura que se sumerge en los meandros de Aión, tiempo remansado frente a la exigencia y la medida de Cronos.
